De: Melacio Castro <melaciocastro@gmail.com>
Fecha: 8 de marzo de 2017, 11:58
El suplicio de Vilma Trujillo, la nicaragüense que fue quemada en una hoguera
El crimen mantiene en vilo a una comunidad conservadora y machista y abre un debate sobre la violencia contra las mujeres
Carlos Salinas
El País, Rosita (Nicaragua) 8 de marzo 2017
Su nombre era Vilma Trujillo García y murió después de ser quemada en una hoguera. La mujer, de 25 años y madre de dos hijos, luchó por su vida durante más de 24 horas de agonía, en las que aguantó quemaduras de segundo y tercer grado que calcinaron el 80% de su cuerpo: senos, muslos, una parte del rostro y la espalda quedaron carbonizados. Era el sufrimiento que debía pagar después de que miembros de su congregación religiosa determinaran que estaba "endemoniada" y que para liberarla del demonio debía arder en la hoguera.
Vilma Trujillo García agonizó abrasada en una lejana comunidad del Caribe de Nicaragua, El Cortezal. El crimen mantiene en vilo a una sociedad extremadamente conservadora y machista y abre un debate sobre la violencia contra las mujeres que ha demostrado su punto más brutal con la quema en la hoguera de la joven campesina.
El Cortezal es tierra de nadie. Aquí no hay presencia del Estado, no hay escuela, ni hospital, ni comisaría. La ley y el orden lo imponen la religión. La principal autoridad es el pastor de la congregación. El Cortezal ni siquiera es un pueblo. Es un punto de referencia. Está situado en las altas montañas de la región central del Caribe de Nicaragua, rodeado de cultivos de frijoles y amplios pastos para el ganado, que han sustituido a la selva tropical. Para llegar hasta aquí hay que alquilar una camioneta en el poblado cercano más grande, el municipio de Rosita. Se conduce durante unas cuatro horas a través de una carretera en pésimo estado, con enormes huecos llenos de fango. El auto avanza dando tumbos hasta un punto donde el camino se corta. Desde aquí hay que avanzar a pie durante tres horas, entre ríos, selva, montañas rocosas y pendientes tan violentas que un paso en falso puede resultar en una caída mortal. Los caminantes deben descansar durante el trayecto para no desfallecer por el acceso difícil, las altas temperaturas y una humedad sofocante. Este camino tortuoso lo hizo Vilma Trujillo, después de que tras horas de sufrimiento se apiadaran de ella y la bajaran colgando de una hamaca cargada por cuatro hombres. Fue el inicio del fin de su tormento.
Esta congregación forma parte de las Asambleas de Dios, una organización pentecostal con más de 30.000 fieles en Nicaragua y centenares de pequeñas iglesias sembradas en lo ancho del territorio nicaragüense. Allá donde el Estado no existe, sí hay una iglesia evangélica.
Frente al templo de El Cortezal está la casa pastoral, también hecha de madera, el piso de tierra y una puerta y ventana como único espacio para que penetre la luz. Es una construcción oscura, asfixiante, donde vivía el pastor y donde estuvo encerrada Vilma, después de que cayera sobre ella su condena. Dentro de este edificio, en una esquina, el piso está quemado: la congregación hizo una pequeña fogata para que ardieran las heces de Vilma, a quien no se le permitía salir de su secuestro. A unos metros de estas dos construcciones, al pie de la colina, hay todavía restos de troncos chamuscados, la hoguera donde ardió la mujer.
Los habitantes de esta comunidad, distribuidos a varios kilómetros a la redonda, son gente pobre, campesinos dedicados a la siembra de frijoles, cría de cerdos o ganado. Viven en chozas de madera que parecen tan frágiles que el viento destructivo que azota la zona pareciera apunto de derrumbarlas. Son personas hurañas, que no están acostumbradas a la visita de extraños. Aquí no hay energía ni agua potable. La única conexión con el mundo son las pequeñas radios transmisoras que funcionan con pilas, en la que los vecinos sintonizan emisoras religiosas. Los niños corren sucios, algunos llenos de llagas, con sus panzas alimentadas solo de frijoles, arroz y plátanos verdes cocidos en los fogones. El alimento de cada día solo varía en alguna festividad religiosa, cuando se dan el lujo de comer alguna carne. Sus vidas avanzan sometidas a la fe religiosa. Todo es en nombre de Dios, primero dios o si dios quiere. La fe dicta el comportamiento. Se tratan de hermanos, cumplen con las estrictas normas impuestas por el pastor, que ordena a la mujer la sumisión al marido y establece que su lugar es el fogón y la crianza de los niños. Los días comienzan a las tres de la mañana y terminan a las ocho de la tarde. Todos asisten a los cultos religiosos. El adulterio aquí es un crimen que se paga con el ostracismo. Y todos, sin excepción, creen en el demonio.