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sábado, 6 de marzo de 2010

AMOR DE MUJER: SERVICIOS Y SACRIFICIOS

amor de mujer:

servicios y sacrificios

Por: Tania Roja - militante comunista

Nota de Redacción: Las siguientes líneas, con toda seguridad, arrancarán irónicas sonrisas; o, casi de inmediato, la mente de nuestros asiduos lectores «volará». Intenta­mos -con limitaciones todavía- tratar cuestiones específicas de género.

 

A diferencia de los hombres, generalmente las mujeres que se entregan a su profesión -incluidas las que se dedican al trabajo político-y deciden «triunfar» en ellas, se ven forzadas por las circunstancias a sacrificar parte de su vida afectiva. Ello sucede porque las mujeres somos el pilar fundamental del núcleo familiar y somos nosotras las que más tiempo y esfuerzo gastamos en mantenerlo. Así la mujer muchas veces se ve ante la disyuntiva de tener que elegir entre su carrera o su familia.

 

La sociedad en que vivimos, a pesar de los cambios -no sustancia­les, por cierto- que ha experimentado con respecto a la mujer en los últi­mos tiempos, permanece organizada para que el trabajo doméstico, la re­lación de pareja y la crianza de los niños, recaigan exclusivamente sobre «el ser humano femenino». En el caso de que alguna mujer decidiera negar­se a estas responsabilidades, sabría que su alternativa sería permanecer en la soledad porque a ella se le define por los servicios que es capaz de pres­tar a «otros».

El ejemplo que nos dan las mujeres que han destacado, de manera especial, las intelectuales, artistas y políticas –la izquierda no es la excepción-, es bastante elocuente, por cuanto sus vidas no han sido nada fáciles y están más bien colmadas de altibajos a nivel sentimental o familiar.

A las mujeres se nos ha for­mado para demostrar el amor, sir­viendo; en cierta forma, negándonos. Si amamos, debemos reconfirmarlo atendiendo al marido y a los niños, y prestarles todo tipo de servicios. (con un sin fin de esmeros y deberes). Es más, también asumir la responsabilidad en sus éxitos y sus fracasos. Tal es así, que si nuestra pareja nos deja, es que no supimos retenerla. Igual sucede con los hijos. Este «equilibrio familiar» impuesto es mantenido casi exclusivamente por la mujer, lo que lógicamente absorbe la mayor parte de sus energías.

Para el varón, las cosas son diferentes y mucho más sencillas pues si el hombre tiene esposa, reci­birá de ella el estímulo y la ayuda necesaria, ya que la esposa al asegu­rar el éxito del marido, está aseguran­do también el porvenir familiar.

En cambio, para las mujeres más que el amor aprendimos la su­misión, más que la igualdad y la con­ciencia de ser, aprendimos la depen­dencia y la sub-valoración, más que los derechos y la fuerza necesaria para obtenerlos, aprendimos el temor, el si­lencio. Más que el amor por nosotras mismas y el respeto hacia nuestro cuerpo, aprendimos a amar a través del otro, a través de los servicios y los sacrificios que en su nombre ha­cíamos. En términos generales, apren­dimos a ser apéndices, dependientes y carentes de autovaloración. Todo esto por el ejercicio, comprensión y delimitación de un amor que nos fue enseñado y que aún aprendemos a nuestro alrededor.

No es casual entonces, que muchas mujeres vivamos nuestras vi­das con el conflicto de no podernos realizar plenamente como seres huma­nos a cambio de ser amadas. Además, para muchas mujeres, el «éxito social pasa por estar casada y conservar su matrimonio». Más aún la autoimagen e identidad como mujeres está siem­pre ligada a la relación afectiva con los padres, esposo e hijos.

Ello ocurre porque existe una gran desigualdad dentro de la pareja, donde la mujer siempre es la subor­dinada y a la que le toca «el sacrifi­cio, la entrega, el olvidarse de sí mis­ma». Es justamente por eso que, mien­tras las mujeres no asumamos que somos las que tenemos que luchar por nosotras mismas, mientras sigamos amenazadas con el temor de no ser «buenas madres, esposas e hijas», la situación general de las mujeres no cambiará radicalmente.

Pensar así, actuar así, no es una lucha anti-varón, pero sí contra el machismo; no es una lucha tan sólo de género, unilateral y aislada; y, sí una batalla social, de clase y por alternativa. Puesto que nuestro cuestionamiento es al sistema y en parte a nosotras mismas. Reaccionar y buscar modificar esta situación, sólo puede tener éxito trascendental, si luchamos por la transformación social y la emancipación de la mujer, simultáneamente.

 

 


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