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sábado, 5 de abril de 2008

MIRKO LAUER Y LA VISION MEDIATICA DE LA EDUCACION

José Ramos Bosmediano, miembro investigador de la Red Social para la Escuela Pública en América, ex Secretario General del SUTEP


La no publicación de nuestra carta aclaratoria por el diario La República de Lima ante las mentiras y algunas otras medias verdades que el escritor y periodista Mirko Lauer escribió en su columna EL OBSERVADOR (La República, 02/04/2008. p. 6) con el título Normales: nuevo eslabón en la cadena de culpas, nos obliga a escribir un nuevo texto para referirnos con más extensión a los contenidos de su artículo, pues en la carta solo habíamos considerado la falacia de la “alianza entre el fujimorismo y el SUTEP”, especie que los senderistas y sus aliados suelen afirmar para ganar acólitos a favor su alternativa anarco-sindicalista.

EL DESCONCIERTO PEDAGOGICO DE LAUER

Como todo lego que funge de conocedor de una ciencia determinada, Mirko Lauer concluye su artículo autoflagelándose con su propia ignorancia. Dice que

A estas alturas uno empieza preguntándose dónde esta la bolita. ¿El alumno, el maestro, los padres de familia, el Sutep, el Ministerio, la normal? Sin duda que en todas partes, y podemos meter de yapa muchos medios masivos irresponsables. Habría que preguntarse qué tiene la educación privada, además de dinero, que le está faltando a la educación pública.

Las causas de la crisis de la educación peruana -no solamente de la pública- no radica en ninguno de los elementos señalados tomados parcialmente, ni en todos ellos como conjunto. Una concepción atomizada en la interrelación de causa-efecto conduce a una visión ecléctica de los hechos y a criterios que se reproducen diariamente en esos medios masivos irresponsables a los que se refiere el articulista Lauer sin cuidarse de no caer, también, en esa irresponsabilidad, considerando su mayor consistencia cultural frente a la gran mayoría de periodistas.

El desconcierto de Mirko Lauer se explica, suponiendo que sus afirmaciones no obedecen a fobias o encubrimientos, a que ignora el carácter integral de la crisis de la educación peruana, su raíz colonial con una hegemonía ideológica y cultural extranjera impuesta y acumulada, desde el lado de la escuela como educación formal, con reformas educativas ajenas a la realidad peruana, como la del velasquismo con su neoconductismo y su tecnología educativa sistémica y la reforma actual con su constructivismo solipsista, del lado de la escuela (en todos sus niveles); y, desde la otra dimensión del mismo fenómeno educativo, de la educación no formal ejercida por los fenómenos sociales y, particularmente, los medios de comunicación que destruyen, minuto a minuto, gran parte de lo que la escuela pretende hacer con los niños y jóvenes. Cualquier reforma que no rompa con esta contradicción carecerá de valor para la gran mayoría de los peruanos.

Pero lo anterior no se ha producido hoy ni es la única contradicción. La misma herencia colonial enclavada en la educación republicana y la base económica y social que fundamenta el sistema educativo peruano, definen las causas históricas y estructurales de nuestra crisis educativa actual, que hoy se vuelve trágica (Lauer) porque desde hace 50 años, al descomponerse la semifeudalidad supérstite (J. C. Mariátegui), el viejo sistema educativo ya es incapaz para adecuarse a las necesidades de la explotación capitalista neoliberal, cuyos requerimientos de mano de obra y de formación profesional tratan de ser cubiertos con la reforma educativa de los 90: educar para el resultado inmediato (pragmatismo), mentalidad ultraindividualista (enseñanza por competencias), menos gasto por alumno-maestro( “meritocracia”, municipalización de la educación, evaluación docente estandarizada al margen del desempeño profesional par “demostrar” que los maestros peruanos no tienen más derecho que trabajar con sueldos miserables, incluyendo a los maestros universitarios). Si tuviésemos un proyecto nacional de desarrollo diferente al neoliberalismo, no hay duda que habría que plantearse también el nuevo proyecto educativo. Lo que hoy vivimos es el fracaso de la reforma educativa neoliberal y eso no se “cura” con las evaluaciones estandarizadas, ni quitándoles el título pedagógico a los maestros, lo que en realidad está ocurriendo, ni interviniendo a las universidades en su estructura académica desde Palacio de Gobierno, ni mucho menos estableciendo la nota l4 como mínima para postular a la profesión docente.

Lo verdaderamente trágico de la educación peruana está en que todas las medidas de política educativa que se están aplicando forman parte de la visión neoliberal de la educación y, como ya está demostrado, el neoliberalismo no ha resuelto ninguno de los problemas de los países subdesarrollados, sino que los está ahondando. Menos, pues, podemos esperar de las reformas de la salud, el poder judicial y hasta algún cambio en el ejercicio mercantilizado del periodismo en el marco de los nuevos parámetros del capitalismo imperialista que domina nuestro país. Lo que el comunruna (Lauer) ve es lo que tiene más cerca de su percepción sensorial, lo que todos los días le dicen los medios de comunicación de masas y lo que ha venido “enseñando” el Banco Mundial, artífice de las reforma educativas y de otras, desde los 90: el maestro como culpable del bajo rendimiento de los alumnos de la escuela pública, de esos maestros que son los mismos, en su gran mayoría, que enseñan, en otro turno, en las escuelas privadas y las que funcionan por convenio con las iglesias (privatizadas con subsidio del Estado), la mayoría de cuyos maestros también fueron desaprobados por ESAN.

REDONDA MENTIRA Y MEDIAS VERDADES

Sin recordar la vida política nacional de los 90, Lauer se atreve a decir que La revolución educativa del maestro Alberto Fujimori consistió en ignorar el hecho (se refiere a que las escuelas públicas estaban produciendo alumnos subdesarrollados) renovar la clásica alianza con el Sutep y construir aulas, que luego empezaron a caerse; afirmación que contiene una falacia y esconde una verdad.

La falacia, que más se parece a un sofisma, está en la supuesta existencia de una alianza del dictador con el SUTEP, afirmación que no tienen nada que ver con los hechos de esa confrontación que nos cupo protagonizar como dirigente del sindicato magisterial al lado de decenas de los más de 250 mil maestros peruanos. Tuvimos el honor de escribir en las páginas de opinión de La República cuando la dirigió el Ingeniero Gustavo Mohme Llona y no concedimos ni un milímetro de significado al neoliberalismo que se nos impuso desde el 8 de agosto de 1990 y no solamente desde el golpe de Estado del 5 de abril del año siguiente, cuyo objetivo fundamental fue avanzar sin obstáculos en la aplicación del modelo del “Consenso de Washington”. Pero más allá de la acción escrita (Genaro Carnero Checa) de un individuo, está la confrontación permanente del gremio con la dictadura: a) la campaña de lucha contra el DL 699 que privatizaba, municipalizaba y hasta militarizaba las escuelas del Estado (1991-1992); b) la campaña contra los decretos leyes 26011, 26012 y 26013 que privatizaban la educación y la municipalizaban con el COMUNED, introducían el bono educativo tipo modelo Pinochet e implantaban la evaluación estandarizada de los maestros; c) la lucha contra el Proyecto de Ley de Educación de Rafael Rey que respondía a los planteamientos neoliberales del fujimorismo en pleno funcionamiento del CCD; d) la lucha del SUTEP contra el golpe de Estado de 1992 como parte de la lucha librada por muchos partidos, intelectuales, honestos periodistas, don Máximo San Román, el Ing. Gustavo Mohme Llona, etc.; e) la lucha del SUTEP por el NO a la constitución neoliberal que hoy los gobernantes de turno y sus periodistas aceptan sin chistar; la gran huelga magisterial de mayo a agosto de 1991 por la defensa de la escuela pública y contra el pago de la deuda externa a expensas de los gastos sociales del Estado; f) la lucha pedagógica a través de nuestra propuesta de Ley General de Educación y Cultura elaborada en 1992 y presentada al Parlamento desde 1994, diferente y opuesta a la reforma neoliberal; g) las permanentes movilizaciones del SUTEP con el gremio de construcción Civil y la CGTP, únicos gremios de significación que quedaban tras la razia antisindical fujimorista; h) la lucha contra ese contrabando de bachillerato con la reducción de los años de secundaria escolar con fines de ahorro presupuestal de 1997; i) el deslinde pedagógico contra la propuesta del “nuevo enfoque” constructivista que trasunta solipsismo ontológico y gnoseológico así como orientación pragmatista; j) la lucha contra el DL 882 que promociona la inversión privada en educación y que hoy está siendo recordada nuevamente; k) la nueva lucha, al lado de los dirigentes de la Federación Médica, contra el nuevo intento de municipalizar la educación y la salud en 1997; l) la participación protagónica del SUTEP en las campañas contra la segunda reelección, como movilizaciones y recojo de firmas entre 1998 en el 2000, sin obviar que en el X Congreso Nacional Ordinario del sindicato se acordó la Jornada de Lucha de mayo del 2000, decisiva en el mayor debilitamiento de la dictadura; m) los numerosos comunicados del SUTEP, precisamente pagados en el diario donde escribe Lauer, cuyos contenidos no tienen nada que ver con atisbos de alianzas ni condescendencias ni “buenos modales”.

Para no abundar más en los episodios del conjunto de esa confrontación, podemos recordar que el Padre Mc Gregor se lamentaba, en un pequeño libro sobre educación y violencia en esos años de los 90, cuyo título y año exactos no podemos citar porque estamos lejos de nuestra residencia, de que un sindicato radical había impedido al Ingeniero Fujimori realizar su reforma educativa. En realidad, no le habíamos impedido en parte, pues no logró avanzar como estaba previsto por el Banco Mundial, como lo hizo, por ejemplo, Carlos Saúl Menem en Argentina, con los resultados que conocemos. E esta misma línea, Carlos Boloña llegó a predecir la liquidación del SUTEP en 1993 por constituir un obstáculo para la reforma de la educación. Tampoco podemos dejar de mencionar que desde marzo de 1991 hasta su caída, no hubo diálogo entre el SUTEP y el Ministerio de Educación.

Nos hemos extendido en demostrar que la alianza de la que habla Lauer solo existe en su cabeza poética y en su espíritu poltrón en medio de los frutos que da la vida burguesa a los escritores bien adaptados al liberalismo de estos tiempos. Seguramente podrá decir que había un pacto por abajo, oculto. Pero este argumento carece de validez en todos los sentidos.


La verdad que esconde la afirmación de Lauer en la frase citada se riere a que supuestamente Alberto Fujimori solamente hizo su alianza con el SUTEP y construyó aulas. ¿Por qué se quiere ocultar la imposición de una reforma educativa neoliberal durante el gobierno fujimorista y solamente se señala lo que constituye una simple acción demagógica y encubridora de robo del dinero público, como ha sido la “construcción e inauguración mensual” de locales escolares, como decía la propaganda de aquel entonces? Mirko Lauer, en realidad, está encubriendo el hecho fundamental del fujimorismo en materia educativa: una reforma privatizadora de la educación (véase del DL 882) que se refleja muy bien en la nueva Ley General de Educación (28044) que fue promulgada en el 2003.

UN EMPEDERNIDO MENTIROSO

Una de las afirmaciones de Lauer señala que el actual Ministro de Educación se está enfrentando a la cultura política del SUTEP constituida por la oposición a la evaluación docente, la no diferenciación por el mérito, el resguardo de cuotas políticas y muchos diálogos sobre lo duro que es educar. Lo único que le ha faltado decir a Lauer para ponerse en el nivel de los senderistas es que los dirigentes del SUTEP hemos recibido sueldos del gobierno de turno. Veamos.

Por lo que se ve, Lauer concibe a un sindicato sin el derecho a plantear los problemas de sus afiliados, a dialogar o, como se dice en el lenguaje jurídico-sindical, a negociar las condiciones del trabajo y los problemas laborales, incluso educacionales. Lo que pasa es que, desde el discreto encanto (Buñuel) en que vive, este burócrata de la pluma no ve en qué condiciones trabaja un maestro que percibe hoy una remuneración de 1000 soles, de los cuales tiene que tocar algo para pagar a los prestamistas (bancos, derrama, agiotistas de provincias), además de los gastos para ambientar las aulas. Estas “pequeñeces” no interesan al refinado Lauer ni a los gobernantes.

Fue precisamente el sociólogo Nicolás Linch, que fue Ministro de Educación del gobierno neoliberal de Toledo, quien vendió la interesada tesis de que el SUTEP es enemigo de la evaluación docente, como si la evaluación docente no hubiese sido planteada y plasmada en la Ley del Profesorado de 1984, en la cual se concibe la evaluación pedagógica como un proceso integral, sistemático, permanente y con objetivos de superación del desempeño docente y de ascenso en la carrera pública magisterial, diferente, por supuesto, a la evaluación “meritocrática” del neoliberalismo que mide solamente los conocimientos a través de una prueba estandarizada. En la concepción integral los criterios son múltiples, empezando por el desempeño en el aula, los estudios de post grado, los aportes intelectuales que pueda tener un maestro, el tiempo de servicios como expresión de experiencia acumulada (que se exige para todo trabajo, incluso para los ascensos en la docencia universitaria), la prueba de conocimientos y el trabajo en la comunidad. Uno de los rasgos de los intelectuales hipócritas es el filisteísmo: se destruye al adversario para derrotarlo, tergiversando sus argumentos. Hay, pues, dos concepciones sobre la evaluación docente: la pedagógica y científica que se aplica en la propia Europa desarrollada, por un lado; y la neoliberal que nos trajeron desde los 80 (Chile) y que se quiso generalizar desde los 90 (Canadá, EEUU y México, experiencias fracasadas, como la de Chile). El único mérito que existe para Lauer y sus amigos Linch y Chang es resolver una prueba tipo ESAN.

Y hablando de Linch y su tesis del “pensamiento arcaico” en el SUTEP, que Lauer celebra, solo se le recuerda como una estridencia seudo pedagógica para encubrir su “guerra a muerte” contra su rival político “Patria Roja”. Pero esta guerrita casi individual del otrora “radical” de los 70, esconde el verdadero trasfondo de sus argumentos: su afán de afianzar el pensamiento liberal socialdemócrata del “nuevo pacto social” y de derrotar el pensamiento marxista como opción revolucionaria hacia el socialismo y el comunismo. Este es el problema central de ese texto. Porque si se aplica la afirmación que encierra sobre que los dirigentes del SUTEP hacen oposición para recibir prebendas y no luchar por el cambio, entonces no hay ningún sindicato en el mundo que se libre del “pensamiento arcaico”, incluyendo a la CCP que su partido dirige y que hoy ha olvidado sus viejas banderas. A Lauer, que alguna vez, durante el velascato, abrigó ideas “progresistas” muy afines con el trotskismo, le cae bien el planteamiento antimarxista de Linch. Habrá un tiempito para desarmar y quemar el armatoste de su panfleto. Para concluir con don Nicolás, es bueno recordar que su evaluación docente del 2002 no ha sido diferente a las del fujimorismo ni a la reciente del gobierno aprista: los mismos objetivos encubiertos con la fraseología de la meritocracia y de la “calidad de la educación” y la misma estructura de la prueba; con el agravante de que luego de la evaluación, no todos los maestros que habían aprobado fueron nombrados o contratados, pues el “eficiente” Linch devolvió al Tesoro Público el presupuesto no ejecutado.

En cuanto a las cuotas políticas, un periodista honesto, si sabe de qué está hablando, no debiera de ocultar cuáles son esas cuotas y quiénes han sido los beneficiarios. El señor Lauer no podría mencionar ninguna. Pero habla de generalidades porque lleva en su espíritu la cultura criolla o acriollada de lanzar acusaciones sin necesidad de probarlas. Pero tenemos experiencias en la dirección del SUTEP para referirnos a un elemento de tantas acusaciones: la derrama magisterial. Desde el gobierno aprista de los 80 se pretendió condicionar la administración legal de la derrama por los representantes de los dos sindicatos que intervienen, pero durante ese período se produjeron tres huelgas magisteriales del SUTEP, con una fuerte represión como respuesta. Durante el gobierno fujimorista se nos mandaba recados para “no poner en peligro la derrama” y cuidarnos de “una posible intervención”, lo que también se produjo durante el toledismo, con el mismo comportamiento del gobierno aprista actual, cuando el Ministro Chang pretendió intervenir en esa institución para “democratizarla”. Administrar la derrama magisterial es potestad de los dueños del dinero, que son los maestros, e institucionalmente corresponde a sus organismos sindicales que son dos. A los maestros de la Federación Colombiana de Educadores, a los del COLPROSUMAH de Honduras, a los SENTE de México, etc., les corresponde administrar el dinero de sus cooperativas. No hay cuota sino un derecho. Sin embargo, es el Ministerio de Educación el que impone su cuota de delegados de la “alta dirección” del MINED sin tener un medio sol en derrama magisterial. Cuando alguien no conoce los hechos o pretende tergiversarlos, cualquier mentira puede considerar como cierta y con eso transita alegremente por los espacios periodísticos.

EL DESPRECIO A LA ESCUELA PUBLICA Y A SUS MAESTROS

En el Perú republicano la escuela pública nacido en la marginalidad económica y cultural de la clase dominante. Esta ha concebido a la educación pública como la escuela de los que no están en condiciones de sufragar el gasto que supone tener a un niño en una escuela privada. El presupuesto estatal para la educación pública, en el mejor de los momentos no ha pasado del 4.5% del PBI, lo que se pretendió subsanar con la constitución de 1979 que fijaba un porcentaje no menor del 25% del Presupuesto Nacional anual. El mandato constitucional quedó simplemente escrito.

La política presupuestal es un efecto de la concepción que la clase dominante tiene de la educación y, en particular de la escuela pública como “escuela de los pobres”, que se convirtió, en estos años de neoliberalismo, en “escuela de los más pobres”, pues hay pobres que pueden sufragar la educación de sus hijos en escuelas privadas más baratas, como las de los convenios y tantas escuelas, institutos y universidades con precios más rebajados que los centros educativos de la élite social.

Cuando se leen los enfoques neoliberales sobre la educación, sobre todo lo escrito en el Perú, llegamos a percibir ese desprecio republicano a la escuela pública y a sus maestros. La palabra “maestrito” en boca de gamonales, en todo el siglo XX, constituía la referencia a los maestros de la escuela pública en las provincias y los caseríos de antaño. La situación de estos no era mejor que la de hoy. El clientelismo político era una manera de hacer proselitismo a través de la educación.

Los que vienen opinando adversamente sobre la capacidad de los maestros, partiendo de las limitaciones culturales y ciertamente cognoscitivas que existen en cualquier profesional, como existieron también durante toda la República (maestros solo con educación primaria incompleta, sin ningún conocimiento de pedagogía, con solamente educación secundaria desde la década de los 40, escaso porcentaje de maestros titulados hasta la década de los 70), como lo señala don Nicolás de Piérola a fines del siglo XIX, digo que esos opinadotes llevan en el fondo de sus convicciones el espíritu de esa cultura que los antropólogos o los filósofos de la cultura denominan cultura hegemónica, la cultura que desprecia la cultura popular o se interesa de ella solo para interpretarla desde sus intereses de clase. La cultura de masas es el instrumento para difundir sus afirmaciones, distorsiones y negaciones de todo aquello que no le sirve para mantener su dominio cultural. Es interesante, al respecto, el libro del Profesor David Sobrevilla, Introducción a la filosofía de la cultura, (Universidad Ricardo Palma, 2008), en el cual resume esta contradicción entre la cultura hegemónica y la cultura popular y el papel de la cultura de masas como una verdadera “industria cultural” para producir efectos que no contribuyen a construir una sociedad mejor. Es la “razón madiática” de que se sirve muy bien Mirko Lauer en muchos sobre muchos aspectos de la vida nacional.

Los maestros de la escuela pública y la gran mayoría de los de la escuela privada en el Perú y América Latina forman parte de ese pueblo oprimido y despreciado por la clase dominante. Cuando el discurso neoliberal expandió su interesado enfoque de que el problema de la baja calidad de la educación eran los maestros, el discurso cultural hegemónico atrapó el veneno y reelaboró el discurso para adecuarle a la estrategia de “demostrar” que los maestros son los enemigos de la “educación de calidad”. El argumento se alimenta, de algún modo, con otra afirmación irreflexiva: la educación anterior era mejor; y otra más subyugante: la educación privada es la mejor. Por eso Mirko Lauer concluye su columna diciendo: Habría que preguntarse qué tiene la educción privada, además de dinero, que le está faltando a la educación pública. Lo que le falta es una nueva base económica y social y un espíritu nacional y democrático que no tiene la educación privada.

Iquitos, abril 04 del 2008
24 DE JULIO: V ASAMBLEA NAC. DE DELEGADOS DEL SUTEP(LIMA)
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