Fecha: 23 de abril de 2014, 16:18
ABRIL 19, 2014
Por: Percy Julián Uribe
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Cuando nos aprestábamos a escribir sobre el mes de las letras peruanas, nos enteramos del viaje eterno del Nobel de Literatura 1982. Si bien es cierto es colombiano, pero su vida y obra consagrada al servicio de la humanidad lo hace aparecer como uno más de los nuestros, hasta el mismo mes que parte a la eternidad nos recuerda a Vallejo y al Amauta, a Eguren como Zavaleta, último cuentista nacional que nos dejó en abril.
Hace poco interactuábamos con nuestros alumnos leyendo Vivir para contarla, a pesar que era un fragmento, agradaba a los muchachos por tratar una historia muy cercana a ellos. Se refería a cómo se embarcó en la nave de la lectura, no obstante que sufrió mucho a aprender a leer; no porque no le gustaba, sino cómo le enseñaron: el famoso deletreo o paporreta. Hasta que llegó a la Escuela Montessori, donde aprendió los sonidos de las letras y no los nombres. Así como recordarnos que le gustaba dibujar desde pequeño, su primer libro fue un diccionario que le regaló su abuelo y el primer cuento que le agradó leer formaba parte de Las mil y una noches. Todo escrito con un estilo directo, simple y ameno para el deleite de sus lectores; tal como lo comprobamos con nuestros pupilos.
Gabo fue un genio del arte, sobre todo un hombre con decoro, íntegro y solidario. Cuando recibió el Nobel asistió vestido elegantemente con una guayabera colombiana, demostrando la identidad y compromiso con su pueblo y la América Central; desistiendo de toda exigencia de los suecos que otorgan tan preciado premio mundial.
Junto a otros escritores de su tiempo gestó lo Real maravilloso, como segundo aporte de la literatura hispanoamericana a la literatura mundial. Donde trató diversa temática de la realidad latinoamericana, como la presencia de los dictadores o tiranos: El otoño del patriarca; temática que va a ser asumida por diversos escritores del Boom latinoamericano. El uruguayo Augusto Roa Bastos con Yo, el supremo, El señor presidente de Miguel Ángel Asturias de Guatemala, entre otros.
Cien años de soledad es su novela cumbre. Libro que nos relata la vida y pasión de la familia Buendía en el mítico Macondo, que puede ser cualquier pueblo latinoamericano; tal vez como Comala en Pedro Páramo de Rulfo. La obra contiene hechos históricos de Colombia, sobre todo las guerras entre caudillos y militares, las creencias y profecías, etc. Lo que más impacta de la obra es la elevación de la niña Remedios, hecho imposible de suceder, pero tal como nos cuenta el autor lo aceptamos como una realidad. Esa es la magia del autor: Hacer creer al lector que asaltar el cielo es posible.
Gabriel García Márquez tiene innumerables obras porque ostentaba "la bendita manía de contar" historias. Todas de gran aceptación por el público. Incluso muchas de ellas han sido consideradas para el cine y la televisión.
Obras de diversa temática. Desde la malvada abuela de Eréndira hasta El amor en los tiempos del cólera o La memoria de mis putas tristes. Así como, Del amor y otros demonios hasta la novela histórica sobre el libertador Simón Bolívar: "El general en su laberinto". Todas ellas de reconocido prestigio internacional, no solo por la genialidad del autor, sino porque refleja la realidad de la gran patria latinoamericana.
Sin embargo, existe un libro que poco se menciona, pero es de gran valía y agrado para todos aquellos que hemos combatido a los tiranos y dictadores que se encubren como supuestos salvadores de la democracia del mundo occidental. Tal libro es La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile. Realmente es un reportaje que Gabo realiza al cineasta chileno, que había marchado al exilio después del golpe militar de Pinochet. Empero, su profundo amor y compromiso con su Patria y el destino de sus compatriotas le obligan a retornar clandestinamente para filmar el accionar de la dictadura pinochetista.
Tal es la audacia de Littín y el accionar de la resistencia patriótica que hacen posible que el director de cine chileno exiliado filme en el propio Palacio de La Moneda; es decir, en las propias narices de los esbirros de la dictadura militar; sin ser reconocido, a pesar que figuraba en la lista de chilenos que estaban prohibidos de regresar a su Patria. Son diez capítulos que se leen de un tirón porque el lector se engancha al texto para enterarse cómo Littín logró un gran testimonio para combatir a la dictadura y exigir el retorno a la democracia.
El texto que hemos comentado al final demuestra que el talento de Gabo estuvo al servicio de las causas nobles. Gran amigo noble y leal de la Isla de la dignidad. Jamás hizo alarde de su compromiso con los demás y la forja de un orden más justo. Actuó con sinceridad, desprendimiento y decoro, tal vez recordando al apóstol José Martí: "La mejor manera de decir es hacer".