El fujimorismo ha vuelto a saborear su condición de amigo indeseable (salvo de AGP) y esta vez ha sido aún más feo porque se ha tratado de una patinada internacional, que es lo que se ha visto cuando al candidato perdedor de Venezuela dijo que la crisis en su país le recordaba lo que pasó con Fujimori en el Perú del año 2000.
No se trata de si tiene razón, sino del concepto que se usa para descalificar evocando la jornada de la re-reelección. A Capriles se le habrá pasado por la cabeza de que ese tramo final del fujimorismo sólo duró cuatro meses, así que con esa confianza ha dicho que el gobierno de su adversario será también breve. Obviamente Salgado, Aguinaga y otros han saltado hasta el techo al ser tratados de esa manera por quién defendían apasionadamente hace unos pocos días.
Pero es cierto que la comparación entraña serios errores ya que en Venezuela no triunfó el golpe de Estado, como ocurrió en el Perú, y la correlación de fuerzas no la establecieron los tanques, sino la movilización popular que regresó a Chávez a su puesto después de un corto episodio de golpismo derechista. Esta diferencia en las raíces tiene que ver con cómo se enfrentan coyunturas críticas como las de este mes de abril. Fujimori nunca pudo sacar al pueblo para apoyarlo, a pesar de decir que era el ganador indiscutible, y cuando las cosas apretaron salió corriendo a la tierra de sus ancestros.
En segundo lugar, un repaso de la votación del 14 de abril en Venezuela revela de inmediato que los votos de los sectores altos se dirigieron encima del 90% hacia Capriles, mientras que en las circunscripciones de trabajadores y pueblo-pueblo, ganaba Maduro arriba del 70%. Esta polarización no tiene comparación con el Perú de los 90. Al fujimorismo lo votan ricos (por que los favorece) y sectores de los pobres (porque les hace regalos y ofrece orden). El chavismo es lo más aproximado a un partido de los pobres, con todas sus imperfecciones. El fujimorismo es una maquinaria populista de derecha como el odriísmo.
Tercero, la democracia electoral para el fujimorismo era un compromiso con las presiones internacionales que se aplicaba de la manera más fría y despolitizada. El chavismo es en cambio un aparato de ganar elecciones, es decir que aspira a legitimarse continuamente y arriesga la posibilidad de una derrota. En el 2000, en el Perú, la crisis surge inesperada, del grito de la calle que reclamaba contra un fraude que era la re-reelección misma, impuesta con trampa. En Venezuela la decisión de desconocer la elección estaba antes de iniciada la votación, y Capriles lo que hizo es leer un libreto y empujar el enfrentamiento, para luego quedarse en la retaguardia. Con el aplauso del fujimorismo.
Raúl Wiener
23.04.13