De: Augusto salas <augustosegundo02@hotmail.es>
El fin del ala izquierda: un fracaso más sí importa
Carlos León Moya
De mis antepasados galos conservo los ojos claros,
el seso estrecho y la torpeza en la lucha.
A. Rimbaud
El ala izquierda del gobierno "de amplia base" de Gana Perú ha sido expectorada este fin de semana. Menospreciados por la actuación presidencial en el tema Conga, pasados por encima con la declaratoria del estado de emergencia en Cajamarca, maltratados por la designación de Óscar Valdés –un pro minero de mano dura- y devueltos a sus casas de un zarpazo, la navidad se anuncia más triste que las anteriores. ¿Pero qué responsabilidad tiene la propia izquierda en su lamentable final? ¿Es que siempre vamos a culpar a otros de nuestros errores, o vamos a extraer alguna lección de lo ocurrido?
Uno cosecha lo que siembra. Una izquierda sin proyecto propio y que jugó los últimos años a ser "soporte técnico" o "base social" del caudillo de turno hipotecó su futuro a la voluntad y buen corazón de su líder temporal. Una izquierda que vive en el asiento trasero de carros ajenos se arriesga no solo a conflictos existenciales cuando el conductor le cambia la ruta, sino también a que la bajen al primer bache. La izquierda, y con ella una generación de dirigentes, vive hoy acaso su último gran fracaso cuyas causas no están ya relacionadas a la ochentera Izquierda Unida sino a su propia actuación en la última década.
Recuerdo cuando dije que este invierno
sería menos frío que el anterior.
Y aquí estoy,
congelándome.
Los Prisioneros
En adelante el Partido Socialista y el Partido Comunista centraron su estrategia y alinearon sus diminutas lanchas tras Humala. Apostaron sus pocas monedas a la ruleta electoral tras el número de Humala, con la esperanza de que reeditara un buen desempeño en el 2011. Mientras se vestían como los aliados naturales y le ofrecían su experiencia, sus redes y su aporte técnico, dejaban para siempre en el olvido la búsqueda de su inscripción legal. Patria Roja, fiel a su estilo, seguía reuniones con el nacionalismo mientras buscaba su inscripción legal para negociar en mejores condiciones con Humala. Nunca confiaron plenamente en él, y el tiempo les daría algo de razón.
Por otra parte, un grupo de técnicos e intelectuales de izquierda lanzaron en enero del 2010 un manifiesto en donde daban su apoyo a la candidatura presidencial de Ollanta Humala, quien a su juicio representaba "los ideales de la gran transformación que nuestra patria requiere": "un cambio radical en la economía" y "una Nueva Constitución que exprese la voluntad popular y ponga fin al veto del gran capital". Es decir, "recuperar nuestra patria, vendida y humillada".
Jóvenes no eran. La mayoría era ya conocido por sus aportes y posturas en sus respectivos campos. Algunos incluso habían colaborado en gobiernos anteriores, como Alberto Adrianzén y Nicolás Lynch. Más se trataba del agrupamiento de la intelectualidad de izquierda existente bajo un rótulo nuevo: Ciudadanos por el Cambio. Su intención: ser el soporte técnico de un posible gobierno nacionalista, uno que cambie finalmente el modelo neoliberal. Consejeros de príncipe.
La necesidad imperiosa de actuar y llegar al gobierno llevó a estos actores a dejar a un segundo –o tercer o cuarto- plano la construcción de un proyecto propio de izquierda para "ponerse al servicio" del antiguo Comandante. Escondieron el tema Madre Mía bajo la cama, la manera (autoritaria) en que Humala manejaba su partido y la forma (discrecional) con que se relacionaba con su entorno eran irrelevantes. Había que pensar en lo "realmente importante": el gobierno, cómo conquistarlo, cómo generar los cambios desde allí. Humala era el vehículo y todo lo demás eran detalles minúsculos. Cualquier propuesta de una candidatura alternativa desde la izquierda era vista por algunos como divisionismo, estrategias ambiciosas que no ponían primero los intereses del país… y los intereses del país estaban representados en Humala y su "propuesta de cambio". El único candidato con opciones, la escalera al cielo del poder.
En las últimas tres semanas hemos visto lo peor del ala izquierda: sus límites. Los luminosos y vociferantes intelectuales progresistas brillaron por su silencio, el gran cambio que veían inminente se transformó en la continuidad que repudiaban apenas meses atrás. Los partido miembros de la alianza de gobierno dieron desde señales equívocas hasta silencios cómplices. Darle la contra a Humala podía generar que la cadena –como el imperialismo- se rompa por el lado más débil: ellos mismos. Sacar al ala izquierda no fue para nada costoso: sin base social real, sin partidos y sin una imagen positiva, poca era su capacidad de chantaje.
Hoy el gobierno de Humala tiene un pie en el centro y otro en la derecha, y difícilmente algo lo saque de allí. Las seguridades de antes son los escombros de ahora. Ser soporte del gobierno suena a broma de mal gusto, fortalecer Gana Perú es un insulto a la razón, y pensar el futuro de la izquierda en función al apetito electoral del PNP es una estrechez mental.
No creo que haya que entusiasmar a los jóvenes con lo que ha
sido nuestra generación. Todo lo contrario. Tal vez exagero.
Pero el pensamiento crítico debe ejercerse sobre nosotros.
A. Flores Galindo
También se había perdido rumbo. ¿De qué le servía a la izquierda "pelear arriba" cuando no tiene nada abajo? ¿En qué momento dejamos la democratización del poder de lado para centrarnos en la administración de apenas una parte de lo existente? ¿Desde cuando el cambio de modelo y la nueva constitución fueron reemplazados por cuatro programas sociales y una campaña nacional en un Ministerio con cada vez menos funciones? El Presidente de este gobierno, a diferencia de su tosca versión embrional, había dejado de cuestionar las bases de la desigualdad de nuestro país. Humala había cambiado todas las caras públicas para que nada cambie. Las verdaderas caras, las que continúan en el poder, son las mismas y siguen en la sombra. La izquierda en el gobierno había llegado al gobierno cuando Humala había dejado la izquierda.
No todo es malo. Lo bueno de las crisis es que abren la posibilidad a caminos distintos. En términos generacionales, estamos ante el gran fracaso final de una de ellas. Abatidos, cansados y derrotados. Lo que no consiguieron en los ochenta tampoco lo han conseguido en su última madurez. Un proyecto a largo plazo, por temas biológicos, los deberá tener no como actores sino casi como un consejo de ancianos. Por eso considero que no es una tarea partidaria, sino generacional. No es labor de un partido ni de sus actuales cabezas. Se necesita sangre nueva.
Dejemos los consuelos y las palabras de aliento para el ámbito privado. Debemos discutir pública y abiertamente no solo por qué nuevamente estamos con el rabo entre las piernas, sino qué nuevos caminos vamos a abrir. Qué debemos dejar atrás y qué haremos en adelante. La gran transformación acabó antes que la primavera, y la izquierda debe dejar de ser, de una buena vez, una lástima otoñal.
Estamos en el año cero. Ha llegado la hora de quemar las naves.
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