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domingo, 25 de diciembre de 2011

¿Pruebas?, Por: Steven Levitsky


De: Augusto salas <augustosegundo02@hotmail.es>

 

¿Pruebas?

Por: Steven Levitsky

Si existían dudas durante la campaña presidencial sobre el compromiso democrático de Ollanta Humala, ¿se puede decir que ahora tenemos pruebas de su autoritarismo? Todavía no. La respuesta del gobierno al conflicto en Cajamarca fue poco liberal y revela una preferencia –bastante conservadora– por el orden y la autoridad sobre los derechos individuales y sociales. Pero fue una medida constitucional que ha sido utilizada por muchos gobiernos democráticos. Y aunque el cambio de gabinete podría ser un paso hacia un gobierno más autoritario, eso sigue siendo más especulación que realidad.

Pero los eventos de las últimas semanas me preocupan, por dos razones. Primero, el gobierno empieza a romper sus promesas: no de la "gran transformación" sino de la segunda vuelta. Escribí hace algunos meses que Humala hizo bien cuando, al iniciar su gobierno, cumplió con varias promesas concretas: aumentó el salario mínimo, lanzó Pensión 65, Cuna Más y otros programas sociales, y renegoció los términos impositivos con las empresas mineras. En los gobiernos anteriores, la brecha entre lo prometido en la campaña y lo hecho en el poder había sido enorme, con consecuencias nefastas para la legitimidad de la democracia. Con los eventos de las últimas semanas, el gobierno de Humala se parece más a sus antecesores. Todos los gobiernos tienen que adaptarse a la realidad; ninguno cumple con todas sus promesas. Pero cuando los votantes no ven ninguna relación entre el candidato que eligen y el presidente que los gobierna surgen problemas.  
Los que votaron por Humala –quienes no son ingenuos– no esperaban una gran transformación. Pero sí esperaban un cambio. Para muchos humalistas de la primera vuelta, posiciones percibidas como ciegamente promineras ("Conga va"), opuestas al derecho de los pueblos a la protesta, o en contra de la redistribución (como la reevaluación del segundo aumento del salario mínimo) son chocantes. Y para los votantes de la segunda vuelta un indulto para Fujimori y/o una alianza con el fujimorismo serían difíciles de tragar. Estos cambios de orientación del gobierno –sin mucha explicación– podrían ser percibidos como una traición a su mandato electoral. Y esa percepción puede tener costos no solo para Humala (cuya imagen ha caído, sobre todo entre la gente más pobre), sino también para el régimen democrático (cuya imagen ya estaba mal).

La otra preocupación es la posibilidad de un gobierno más autoritario. En mis debates con Fernando Rospigliosi sostenía que un gobierno de Humala sería menos peligroso para la democracia que un gobierno de Keiko Fujimori. Mi argumento era que un giro chavista –a la izquierda autoritaria– sería difícil porque existían contrapesos importantes en la sociedad peruana. El sector empresarial –y la derecha en general– era mucho más fuerte que hace 20 o 30 años. La economía dependía mucho más de la inversión privada y extranjera. Y la mayoría de los peruanos se oponía a un gobierno chavista. Durante la campaña, las encuestas mostraban que solo un tercio del electorado quería un cambio radical. (Según una encuesta publicada en junio, solo el 11% de los peruanos quería que Humala siguiera el modelo de Chávez, mientras el 61% quería seguir el modelo de Lula). Por lo tanto, un giro chavista correría el riesgo de generar una amplia oposición pública, llevar a la crisis a una boyante economía y activar una contramovilización que podría poner en peligro a la presidencia de Humala.

En cambio, me parecía que un gobierno de Keiko Fujimori se enfrentaría con poca oposición de peso si combinaba una defensa del modelo económico con actos que debilitaban a las instituciones democráticas. ¿Quiénes estarían en la oposición si un gobierno fujimorista, mientras defendía al modelo económico, hiciera la vida difícil al juez San Martín (lo dijo Martha Chávez) y otros jueces independientes, tomara medidas represivas contra la protesta, los activistas de izquierda, o las ONG, utilizara prácticas conocidas para subordinar o intimidar a los medios, o diera marcha atrás en cuanto a la justicia con indultos para los que violaron los DDHH? ¿Las ONG?  ¿La izquierda? ¿La CGTP? ¿La República? ¿Toledo? Guste o no, estos actores tienen mucho menos peso que Confiep, las empresas mineras y el Grupo El Comercio. Hildebrandt denuncia a todos, pero no tiene los amigos que tienen Du Bois y Mariátegui.

La fuerza de los contrapesos de derecha se vio claramente en los primeros meses del gobierno de Humala. El gobierno pagó caro por el viaje de Alexis, los juramentos por la Constitución de 1979, el nombramiento de gente cuestionada, y otras torpezas.  Cada error o percepción de abuso fue duramente criticado, no solo por los medios de derecha sino también por La República, Hildebrandt y Gorriti.  Y así debe ser. Este tipo de contrapeso era exactamente lo que esperaba.   

Lo que no esperaba era un giro a la derecha. Se sabía que las políticas de Humala iban a ser criticadas por la izquierda y que podrían provocar una ruptura con los políticos e intelectuales de izquierda que lo acompañaron desde la primera vuelta. Pero ¿quién hubiera esperado que serían aplaudidas por Aldo Mariátegui?

La reorientación de Humala genera la posibilidad de un escenario inesperado (por los menos por mí): un gobierno conservador y promilitar, respaldado por el establishment, que podría atentar contra los derechos liberales; o sea, un gobierno parecido al fujimorismo. Un gobierno humalista convertido en neofujimorista sería peligroso para la democracia por las mismas razones por las cuales un gobierno fujimorista hubiera sido peligroso: los contrapesos más importantes –los empresarios y la derecha– desaparecerían.

Las reacciones ante los eventos en Cajamarca y el cambio de gabinete revelan mucho. Confiep está contenta. Aldo Mariátegui se entusiasma: pide más control estatal sobre las ONG, la detención de activistas de izquierda y la destitución del gobierno regional electo en Cajamarca. De hecho, los que más temían al autoritarismo de Humala durante la campaña presidencial son los que más aplaudieron sus actos en Cajamarca.

No creo que el gobierno de Humala se fujimorice. Este gobierno todavía puede ser de centro o de centroizquierda. Pero, en el peor escenario, ¿quiénes estarán en la oposición? No crean en los mitos sobre la movilización democrática en el 2000: la verdad es que la oposición a Fujimori era muy débil.
Como dice Fernando Rospigliosi, Humala podría terminar pareciéndose a Lucio Gutiérrez, un ex militar populista que ganó la presidencia por la izquierda y gobernó en la derecha.  Los que ven esa posibilidad con cierta simpatía deberían pensar en cómo terminó Gutiérrez. Y en cómo terminó la democracia ecuatoriana.

 

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