l
En su cumpleaños anterior, en esta misma Jiribilla le festejé al Comandante dos cualidades que no suelen mencionarse y yo considero sobresalientes en su trayectoria de gran estadista: en primer lugar, su aguda suspicacia; y luego, su exposición a ser tildado de absurdo, exagerado o ridículo, y a cuanto adjetivo denigratorio contengan los diccionarios, con tal de poner al servicio de la Humanidad y de la Paz, su gran prestigio mundial.
La condición de suspicaz es una virtud que muchos no osarían atribuirle por considerarla un sinónimo de "desconfiado", lesivo para su gloria. Para mí, en cambio, es una de las dotes que más han protegido a los que vivimos desde hace tantos años bajo su guía augural.
El vocablo deriva del verbo latino suspicare (sub-spicare) y es un calco semántico del griego hypopteuo (hypo-opteuo), que significa "mirar abajo". Con la sintética expresividad de las lenguas antiguas, suspicare caracteriza a quien camina vigilante por un sendero enyerbado, para precaverse contra el acecho de serpientes y otras sabandijas; o contra el interlocutor amable y sonriente que puede esconder entre una manga, o bajo sus ropas, un puñal asesino.
Y esa virtud congénita de "mirar abajo", de sospechar con tino, lo llevó muy temprano a despreciar las cacareadas ventajas del capitalismo triunfalista de los EE.UU. No creía en ellas desde la adolescencia, convencido por su comprensión precoz de la miseria cubana durante los años 30 y 40. Y cuando ya el ambiente universitario lo proveyó de bagaje teórico y asistió a debates entre jóvenes politizados, leyó a Marx, Engels, Lenin y otros, vislumbró la posibilidad latente de movilizar al pueblo cubano y generar cambios sociales.
Por eso, cuando derrocó a la tiranía de Batista, ya sabía muy bien que después vendrían la mentira, la calumnia y las criminales intenciones de los EE.UU. Ellos siempre ignoraron el fecundo aporte de José Martí a la formación en Cuba de una poderosa conciencia libertaria, de la que Fidel ha sido un inspirado heredero. Por eso, le fue fácil adivinar el programa de Eisenhower, cuando propuso, para defender su fraudulenta democracia, someter a Cuba al hambre y las enfermedades; y vio también el puñal asesino bajo la manga de Kennedy con sus Cuerpos de Paz, y supo derrotarlo en Playa Girón y enfrentarlo con ejemplar dignidad durante los días luminosos y tristes de la Crisis de Octubre.
Desde entonces, su naturaleza suspicaz le permitió la cadena de éxitos políticos, militares y humanos que lo han cubierto de gloria, como talentoso estratega y campeón mundial de la verdadera solidaridad, franca y desinteresada, en la lucha contra el apartheid y en la atención médica a los pobres de este mundo.
En cuanto a su desprecio por el "qué dirán", él sabe que su excepcional condición de escudo humano provocaría una mayor difusión de sus advertencias sobre la guerra y los peligros ecológicos. Y yo consideraba posible que muchos políticos, aun contra su voluntad, reconocerían las advertencias de Fidel y lo oyeran hasta convencerse de que él nunca actúa por obstinación.
Por cierto, a la altura de este cumpleaños se consuman las predicciones que Fidel ha reconocido como más lamentables. De una parte, la OTAN abusa de su poder militar y se convierte en un mandante pandillero; y de otra, el desastre humano del capitalismo muestra sus costuras en Europa y EE.UU, con protestas contra el desempleo, la injusticia y el desamparo de los necesitados a favor de los banqueros; y mediante alzamientos populares contra la privatización y el encarecimiento de la enseñanza; o reclamaciones de igualdad en la atención a la salud y la asistencia social. El llamado estado de bienestar ya genera un malestar que crece y contamina al planeta.
Y ahora, al cumplir los 85, Fidel nos descubre otras dos inopinadas virtudes: la intuición de médico, que le permitiera pesquisar y combatir muy a tiempo un mal absceso del presidente Chávez; y su camaraderil autoridad para prohibirle a su epígono continental morirse en este trance.
¡Bravo, Comandante! Felicidades por este y por sus próximos 30 aniversarios.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2011/08/13/los-85-de-fidel/