Irak redefinió el papel de EE UU como guardián de la seguridad mundial
La Administración norteamericana ha renunciado a grandes misiones militares en el exterior
El secretario de Defensa de Estados Unidos, Chuck Hagel, durante una visita reciente a Kabul, Afganistán. / POOL (GETTY IMAGES)
El fracaso de Irak, la guerra que consumió durante una década los recursos económicos de Estados Unidos y toda la energía de su política exterior, ha acabado definiendo el papel de este país como guardián de la seguridad internacional. Con un presidente y un jefe del Pentágono que se cuentan entre los más reconocidos críticos de ese conflicto, la Administración norteamericana ha renunciado, quizá por mucho tiempo, a grandes misiones militares en el exterior similares a la que naufragó en los campos de batalla iraquíes.
Diez años después del inicio de la guerra, Barack Obama emitió ayer un breve comunicado en el que se limitaba a destacar el sacrificio de los cerca de 4.500 estadounidenses que perdieron la vida en Irak y los 30.000 que resultaron heridos, así como el millón y medio de civiles y militares implicados en aquellas operaciones y que hoy se enfrentan a una difícil readaptación a su vida en EE UU.
El sufrimiento de esos veteranos es el símbolo de una nación que aún trata de restañar las heridas provocadas por esa guerra, tanto en lo que respecta a la división abierta en esta sociedad como al desprestigio de la imagen del país y el daño ocasionado a su sistema democrático.
Algunas de esas consecuencias han sido reparadas. Las torturas admitidas en esos años y otras arbitrariedades legales impuestas por el Gobierno de George W. Bush y Dick Cheney, como las escuchas ilegales, los secuestros o las cárceles secretas, han sido expresamente prohibidas. Pero Guantánamo sigue abierto, el presidente mantiene poderes especiales, justificados por la guerra contra el terrorismo, para matar a sospechosos en el extranjero sin control judicial y el país debate aún sobre los límites para garantizar su seguridad sin violar su marco constitucional.
La guerra de Irak movió, además, el ajedrez estratégico en Oriente Medio en un sentido contrario al que pretendían los ideólogos derechistas que la promovieron con falsas razones: Irán se fortaleció, Irak se debilitó, los aliados de EE UU se distanciaron de Washington y toda la región se vio sacudida por movimientos populares completamente ajenos al control norteamericano. Aunque Obama manifestó ayer que "EE UU continúa trabajando con sus socios iraquíes para promover nuestros intereses comunes de seguridad y paz", es obvio que los acontecimientos en ese país su suceden hoy sin atender apenas la voluntad norteamericana.
El efecto más notable de la guerra de Irak ha sido, sin embargo, el cambio que ha provocado en la concepción de EE UU sobre la manera de ejercer su supremacía internacional. Aunque Obama intentó al principio de su mandato diferenciar Irak, a la que llamó "una guerra de voluntad", de Afganistán, una "guerra de necesidad", lo cierto es que el desastre de la primera acentuó el pesimismo sobre los segunda, y ambas llevaron a la Administración al convencimiento de que ese tipo de aventuras, con cientos de miles de soldados sobre el terreno, han dejado hoy de tener sentido.
Obama transformó la guerra contra el terrorismo en una batalla de drones (aviones sin tripulación) dirigidos desde despachos y bases militares a miles de kilómetros del escenario de combate, un método quizá reprobablemente desde el punto de vista ético, pero sin duda de mucha menos implicación militar y con menos riesgos personales y políticos.
La primera vez que Obama tuvo que decidir sobre un ataque en un país extranjero, Libia, optó por una operación quirúrgica de pocos días de bombardeos. Y ese modelo es el que se contempla de cara a posibles intervenciones futuras en Siria o Irán.
La política exterior norteamericana se ha hecho más prudente como consecuencia de Irak. Las fuerzas armadas norteamericanas están dirigidas hoy por Chuck Hagel, un veterano de Vietnam que tuvo serias dificultades para su confirmación en el Senado por su pasado pacifista. Los gobernantes estadounidenses de esta época hablan de diplomacia más que de amenazas, y se insiste en las vías del diálogo hasta el límite de la exasperación de algunos, como en el caso de Irán e Israel.
También como lección aprendida en Irak, sin renunciar expresamente a las acciones unilaterales, la Casa Blanca prefiere ahora el multilateralismo, como se demuestra en la intensa negociación en marcha con Rusia respecto a Siria o con China respecto a Corea del Norte.