Un cuy entre alemanes (30)
Anoche soñé que me recortaba el cabello en una peluquería del pueblo donde nací. El peluquero, don Humberto Pérez, hundía los dientes afilados del peine de madera entre mis cabellos y al rastrillar mi cabeza sentía que la piel explotaba y la sangre brotaba como ojos de agua fresca. Había llegado al local luego de desayunar y ya eran más de las cuatro de la tarde y aún seguía sentado en una incómoda silla de madera. En una de las pausas don Humberto manda traer un lavatorio de aluminio y le dice a mi novia que se saque los zapatos para que le lave los pies. Mi novia, Helene, que nunca había estado en Perú, en silencio se despoja de sus zapatos de tacos altos, levanta su falda dejando libre la redondez erotizante de sus muslos amorenados por el sol serrano. Don humberto recorre con suavidad los muslos de Helene, me guiña y dice: "Buena gringa se está comiendo, paisano". Y yo pienso que realmente el viejo quiere comerse a mi "gringa". Con suma delicadeza le lava los pies, pero en el lavatorio no hay agua, sólo son ademanes el que hace don Humberto, pretextos para acariciar a mi novia, me digo, luego con una paño rojo impregnado por la hoz y el martillo le seca los pies mojados con la sangre surgida de mi cabeza. Mi madre también se aparece y me bendice: "Qué dios te ayude, hijo mío, ahora que ya eres un comunista". Al despertar, con el libro "Er es wieder da" de Timur Vermes sobre mi pecho, me cercioro que vivo en un país donde hay más armarios que caminos, más muros que puentes, más amargura o mala honda que alegría, que se paga más impuestos y caros alquileres de vivienda que buenos sueldos, nazis y neonazis agazapados, muchas veces, en caras de apariencia bondadosa. La novela de Vermes revive a Hitler en un jardín berlinés el verano del 2011, sin guerra, sin partido, sin Eva, en paz, rodeado de miles de extranjeros y Angela Merkel. Después de 66 años Hitler inicia una delirante carrera en la televisión, como siempre, no se trata de una figura graciosa sino más bien realmente peligrosa, sobretodo cuando se está en un país que también es cínico, desenhibidamente ansioso de éxito, con una democracia que sólo busca cuotas, clics y "me gusta". Helene duerme tranquila, todo su largo palpita a mi lado. Recordando la novela ganadora del Copé 2012, "Ese camino existe" de Luis Fernando Cueto saboreo una cierta decepción. La guerra esta vez es contada por un miembro del ejército, sin duda alguna el libro está bien escrito, se deja extrañar, a mi decir, el humor que el autor maneja con destreza en sus obras anteriores, hay un acartonamiento en el lenguaje debido el lirismo que se extiende en muchas páginas. El mensaje sobre la "guerra interna" se acomoda o responde al esquema oficialista: la violencia la ejercen unos locos, no se afirma ni se deja la sospecha que fue el estado que organizó y planificó la guerra "de baja intensidad" llevada a cabo luego por las fuerzas armadas y policiales, poniendo a la orden del día esos métodos aprendidos en escuelas militares panameñas o colombianas contra todo tipo de rebeldes que amenacen el sistema, como lo asevera el "capitán" Carlos en su libro "De Locumba a candidato a la presidencia en Perú". A veces da la impresión estar leyendo pasajes de los libros de Ricardo Uceda, Umberto Jara, David Hidalgo o el resumen de la comisión de la verdad. Un amigo en París me dijo que el autor aprendió a escribir un libro para ganar un concurso literario. El caliente respirar de Helene sobre mi hombro me subleva, me enerva los sentidos. Me trae a la memoria a "Jin Ping Mei El erudito de las carcajadas" escrita por un autor anónimo chino en el siglo XVI y primorosamente acompañado con láminas de un album del siglo XVIII. Es una saga trepidante en el que los peligrosos juegos del sexo y el poder se entrelazan con la ambición y la lujuria. Alentado por estas imágenes, pongo una mano en las nalgas de Helene, le tamborileo las caderas con mis dedos, le digo amor, amor, en el oído, y ella, revuelve su cuerpo para dar rienda suelta al polvo mañanero.
Anoche soñé que me recortaba el cabello en una peluquería del pueblo donde nací. El peluquero, don Humberto Pérez, hundía los dientes afilados del peine de madera entre mis cabellos y al rastrillar mi cabeza sentía que la piel explotaba y la sangre brotaba como ojos de agua fresca. Había llegado al local luego de desayunar y ya eran más de las cuatro de la tarde y aún seguía sentado en una incómoda silla de madera. En una de las pausas don Humberto manda traer un lavatorio de aluminio y le dice a mi novia que se saque los zapatos para que le lave los pies. Mi novia, Helene, que nunca había estado en Perú, en silencio se despoja de sus zapatos de tacos altos, levanta su falda dejando libre la redondez erotizante de sus muslos amorenados por el sol serrano. Don humberto recorre con suavidad los muslos de Helene, me guiña y dice: "Buena gringa se está comiendo, paisano". Y yo pienso que realmente el viejo quiere comerse a mi "gringa". Con suma delicadeza le lava los pies, pero en el lavatorio no hay agua, sólo son ademanes el que hace don Humberto, pretextos para acariciar a mi novia, me digo, luego con una paño rojo impregnado por la hoz y el martillo le seca los pies mojados con la sangre surgida de mi cabeza. Mi madre también se aparece y me bendice: "Qué dios te ayude, hijo mío, ahora que ya eres un comunista". Al despertar, con el libro "Er es wieder da" de Timur Vermes sobre mi pecho, me cercioro que vivo en un país donde hay más armarios que caminos, más muros que puentes, más amargura o mala honda que alegría, que se paga más impuestos y caros alquileres de vivienda que buenos sueldos, nazis y neonazis agazapados, muchas veces, en caras de apariencia bondadosa. La novela de Vermes revive a Hitler en un jardín berlinés el verano del 2011, sin guerra, sin partido, sin Eva, en paz, rodeado de miles de extranjeros y Angela Merkel. Después de 66 años Hitler inicia una delirante carrera en la televisión, como siempre, no se trata de una figura graciosa sino más bien realmente peligrosa, sobretodo cuando se está en un país que también es cínico, desenhibidamente ansioso de éxito, con una democracia que sólo busca cuotas, clics y "me gusta". Helene duerme tranquila, todo su largo palpita a mi lado. Recordando la novela ganadora del Copé 2012, "Ese camino existe" de Luis Fernando Cueto saboreo una cierta decepción. La guerra esta vez es contada por un miembro del ejército, sin duda alguna el libro está bien escrito, se deja extrañar, a mi decir, el humor que el autor maneja con destreza en sus obras anteriores, hay un acartonamiento en el lenguaje debido el lirismo que se extiende en muchas páginas. El mensaje sobre la "guerra interna" se acomoda o responde al esquema oficialista: la violencia la ejercen unos locos, no se afirma ni se deja la sospecha que fue el estado que organizó y planificó la guerra "de baja intensidad" llevada a cabo luego por las fuerzas armadas y policiales, poniendo a la orden del día esos métodos aprendidos en escuelas militares panameñas o colombianas contra todo tipo de rebeldes que amenacen el sistema, como lo asevera el "capitán" Carlos en su libro "De Locumba a candidato a la presidencia en Perú". A veces da la impresión estar leyendo pasajes de los libros de Ricardo Uceda, Umberto Jara, David Hidalgo o el resumen de la comisión de la verdad. Un amigo en París me dijo que el autor aprendió a escribir un libro para ganar un concurso literario. El caliente respirar de Helene sobre mi hombro me subleva, me enerva los sentidos. Me trae a la memoria a "Jin Ping Mei El erudito de las carcajadas" escrita por un autor anónimo chino en el siglo XVI y primorosamente acompañado con láminas de un album del siglo XVIII. Es una saga trepidante en el que los peligrosos juegos del sexo y el poder se entrelazan con la ambición y la lujuria. Alentado por estas imágenes, pongo una mano en las nalgas de Helene, le tamborileo las caderas con mis dedos, le digo amor, amor, en el oído, y ella, revuelve su cuerpo para dar rienda suelta al polvo mañanero.
