HORACIO: UN PACIENTE ESPECIAL Por: César Rojas Huaroto
Cuando lo conocí, bajaba triunfante a la ciudad de Arequipa, después de haber coronado exitosamente un proceso histórico en el Congreso Fundacional del SUTEP en la ciudad del Cusco, el 6 de julio de 1972. A pesar de su fortaleza física como buen cholo carumeño, se le notaba cansado, demacrado y con claras resacas de una imaginable celebración como él acostumbraba.
Fue en el seno de su familia donde su esposa nos reunió para comentar los pormenores del Congreso, que me enteré de su diabetes, pero no bien esclarecido sobre las causas, porque todavía no era asiduo cliente de los consultorios ni de los medicamentos. Estábamos de paso con otros camaradas que él todavía no había llegado a conocerlos bien, cumpliendo tareas políticas del Partido en épocas muy difíciles, y como estaba fresca todavía mi libertad luego de los trágicos sucesos que se conoció como "La masacre de Cobriza" también hubo homenajes y recepciones en la universidad, algunos sindicatos y amistades.
Dos invalorables motivos trazaron una férrea amistad entre un médico y un profesor luchador especial, motivos paralelos como los rieles de un ferrocarril trasandino, avanzando hacia una meta y a veces también, cruzándose para generar la sólida unidad como el nudo de Vilcanota, o un embrollo de padre y señor mío en asuntos personales y extrapartidarios. Por un lado, fue propicia la ocasión para ofrecerle mis servicios en el cuidado de su salud, y por otro, para abrirle nuestros brazos partidarios y elevar su entusiasmo y terco compromiso social hacia rumbos políticos e ideológicos que vayan más allá de sus protagonismos gremiales y espontaneísmos filo apristas que trascendían después de leer su primera obra literaria y social "Proletarios de Corbata".
No fue fácil la tarea de algunos camaradas, que persistíamos venciendo dificultades personales o de grupo, con sus contradicciones, celos y gestos sectarios de algunos rivales en las pugnas del sindicato y el movimiento social, pero si es digno de reconocer en Horacio que al paso político que daba hacia adelante le imprimía su orgullo ancestral como una barrera de contención para no retroceder, pase lo que pasare. Por eso se convirtió en un buen camarada del Partido Comunista del Perú – Patria Roja, honesto y solidario, líder de multitudes y protagonista de iniciativas y acciones revolucionarias. Así vivió; y también, así murió.
Reconociendo la trascendencia social y política de su existencia, voy a limitar mi relato a hechos y pasajes anecdóticos de su personalidad, hábitos y costumbres, fortalezas y debilidades como todo ser humano, así lo he conocido, gozado y sufrido en su transitar heroico como amigo, como dirigente del SUTEP, luchador social y representante de una opción política en nuestro país. Y cuando no también soportando los dolores de cabeza como paciente especial ya sea a mi cargo, en una clínica o en un hospital. Sacrificado implementador de una pedagogía social desde sus inicios provincianos, hábil receptor y difusor de las directivas del Partido aún sin dominarlas bien, cantor y bohemio, escribió el poemario "Alegrías de la Prisión" como poeta comprometido; amiguero hasta las últimas consecuencias; y ya cuando líder de multitudes magisteriales y populares, admirado y buscado por todo el mundo, pero también por damitas de compañía sobre todo para cuidarlo, según decían ellas.
Por decisión personal más que por dirección del partido, me convertí en su médico de cabecera; podría decirse también de muchos, porque en esa época de limitaciones materiales mi modesto ambiente familiar era como un paño de lágrimas de tantos camaradas que la pasaban mal en su salud, seguridad y también económicamente. Por eso cuando Horacio conoció a mi hermanita mayor solía decir: "tengo dos mamás, una es Sabina y otra es Alicia Rojas", una gran maestra de concepción proletaria, luchadora desde los albores del sindicalismo de clase y forjadora de la unidad que tuvo sus frutos en los COMUL y el SUTEP, digna camarada del Partido en su horas difíciles por su reconstrucción.
Por su responsabilidad como el Primer Secretario General del SUTEP, Horacio tuvo que trasladarse a Lima, para luchar por su fortalecimiento y consolidación, por su reconocimiento legal y las reivindicaciones económicas y sociales del magisterio y del pueblo peruano. Los sobresaltos de su precaria instalación que le brindamos en los altillos del viejo local del SUTEP (Jirón Lampa 1040), las compartía con las dificultades económicas y las reiteradas intervenciones policiales que sufrían el local gremial y sus integrantes, sobre todo durante la dictadura militar de Morales Bermúdez. Los servicios de inteligencia, apristas y revisionistas de esa época cumplían su nefasto papel para impedir que el SUTEP se consolide orgánicamente, confundir y alejar al magisterio de esta útil posibilidad; pero lejos de amedrentarlo las asambleas y movilizaciones eran cada vez más numerosas y combativas.
El viejo local del jirón Lampa se convirtió en el referente popular para generar las condiciones que en más de una oportunidad remecieron el país; por eso, el temor y odio de clase de la derecha, de los desclasados y enemigos del pueblo. Allí funcionó la Universidad Popular "José Carlos Mariátegui", de allí se implementaron las heroicas huelgas y paros nacionales de los años 70 y 80; bajo el influjo del SUTEP surgió el CCUSC (Central de Coordinación y Unificación Sindical Clasista) y la consigna de la "Reconstrucción clasista de la CGTP" de Mariátegui, hegemonizada hasta la fecha por el PCP (Unidad); incluso si nos remontamos a recordar el viejo y triste papel que han jugado muchos personajes de la historia contemporánea, podríamos esclarecer como la matonería y el soplonaje aprista jugaba su papel provocador y destructivo del movimiento popular cuando veíamos a un Alan García en sus años aurorales, a Rómulo León Alegría, Jorge del Castillo, Remigio Morales Bermúdez y otros matones más, del revólver y la cachiporra, con sus casacas de cuero en motocicletas disparando hacia los techos para amedrentar y abrir camino al fuerte contingente policial que a los cinco minutos llegaban para detener a los dirigentes y "revoltosos" del SUTEP. Como siempre caían la consecuente Antuquita Valer, encargada de la pequeña librería a la entrada del local, Hortencia del Río y Alicia que eran pilares en el apoyo material y político de los cuadros dirigenciales.
La labor de sacarlos de las comisarías sin ser abogados, vivir a salto de mata, requisitorias en los puestos policiales de todo el país, encarcelamientos prolongados y vivir pensando en el qué pasará mañana, eran parte de la historia de Horacio y de todos nosotros en los heroicos años de los 70.
Bajo esta situación y otras cosas más, la salud de Horacio se agudizaba permanentemente. Por fin me enteré que su diabetes no era de la clase mellitus, vale decir hereditaria sino adquirida luego de alguna ingestión descontrolada de alimentos o bebidas, que al deteriorar el páncreas (pancreatitis) que produce una hormona llamada insulina que es la que controla el metabolismo de los hidratos de carbono (azúcares), al no estar presente esta hormona había que recurrir a la insulina sintética (inyectables) permanentemente, para bajar el azúcar de la sangre.
Muchas veces fuimos a parar a las clínicas o internarlo por sus complicaciones y cuántas veces también Horacio se nos escapaba del control y no lo encontrábamos hasta después de muchos días; era más fácil perderlo que encontrarlo, con los consiguientes perjuicios no solamente sindicales y políticos, sino sobre todo para su salud.
En el marco represivo y antidemocrático que vivía el país, Horacio fue electo diputado por Arequipa, situación aprovechada por el Partido para proponerle que viaje a Europa, para abordar también su salud quebrantada y con complicaciones pulmonares, recidivantes. La carcelería en el "Infierno Verde" del Sepa, los encierros y torturas habían dejado sus huellas en su cuerpo que "voluntariamente" se deterioraba. Los camaradas que residían en Alemania y sus contactos hospitalarios cumplieron su labor y luego de cuatro meses el loquito Horacio no sólo volvía mejorado, subido de peso y optimista, sino con un florido discurso autocrítico y político –"He vivido la diferencia de un sistema capitalista frente a nuestra realidad de país semifeudal y neococolonial"…- dijo en un acto de masas de recepción, y se comprometió a superar hábitos y costumbres que contribuían con el enemigo, en perjuicio del Partido y del pueblo, pero recurriendo a varios adagios irónicos como: gallina que come huevo…., o a la broma popular en que el bebedor promete no beber más "voy a ser otro hombre"… pero al verlo en la misma situación después de un tiempo, respondió: "Es que al otro hombre también le gustaba la bebida", entonces concluiríamos que efectivamente Horacio era un paciente especial
Horacio había formado ya su propia personalidad que lo acompañaría toda la vida. Lo decimos en honor a la verdad, al inmenso cariño que le tuvimos y en respeto a la ética que la historia juzgará. Es por esta ruta que trataremos de explicar porque se nos fue Horacio a temprana edad, estando en las grandes expectativas de su liderazgo, del trabajo en las masas y nuestro compromiso con el país.
"Doctor, Horacio está mal, lo he visto subir las escaleras con tanta dificultad"… me dijo un jueves el Dr. Virgilio Roel que se aprestaba a dar una charla sobre Economía en el local del UNIR (Jirón Apurímac 258 – Lima). "El lunes tiene programada una cita de control para internarlo en una clínica", le respondí. Nunca llegamos a la clínica.
El día sábado mi esposa y yo, habíamos compartido un almuerzo con el esposo y la gran amiga Bertita Barbarán que trabajaba en la municipalidad de Lima donde yo cumplía la labor de Regidor en la época del Tío Frejolito; y luego, del almuerzo y mi argumento por marcharme pronto Bertha me reprochó ante el informe que le di, "nunca me invitas a estos actos para yo cantarle al pueblo…", y al darme cuenta de aquella oportuna reflexión de la "dulce voz de los andes", no faltaron disculpas y más bien halagos por tener la gran suerte de contar con su intervención en el primer aniversario de la toma de la ladrillera de Ate Vitarte convertida en el Asentamiento Humano "Javier Heraud", donde los dirigentes y camaradas nuestros habían invitado a todo el Comité Ejecutivo del UNIR y otras personalidades y dirigentes del Partido.
Tres de la tarde, partió una inmensa caravana por la carretera central, también el terco y noble Horacio que a pesar de su delicado estado de salud no quería faltar a esta celebración, símbolo de la acción directa de masas que nuestro Partido impulsaba a nivel nacional, para reivindicar la pobreza y las injusticias en nuestra patria; y dicho sea de paso, para recordar el castigo moral a uno de los símbolos históricos de la matonería aprista: el Búfalo Pacheco.
La expectativa se convirtió en realidad ante la enfervorizada presencia de dirigentes, militantes y población del lugar. Bertita cantó y encantó con sus melodías, y no fueron pocas las muestras de alegría y gratitud de los vecinos con sus acostumbrados potajes y cajas llenas de la espumante bebida, pese a la dificultad para llegar hasta el escenario improvisado en lo más alto del horno ladrillero que con el esfuerzo de los compañeros también Horacio pudo llegar.
Fatalmente, a veces, el exceso de cariño costumbrista y tradicional rompe esquemas establecidos, porque en la prolongación de la alegría general cada manzana o comité con sus dirigentes a la cabeza pedían que bajemos unos minutos a saludarlos personalmente, dejando a nuestro camarada Horacio al cuidado de una Comisión de Seguridad y afectos a toda prueba. La demora fue más larga que el recorrido, de tan mala suerte que al volver al difícil estrado, Horacio y sus amigos también habían participado de la celebración a más no poder.
Prolongado sería el relato de cuántas veces había sucedido lo mismo, a pesar del respeto que nos teníamos en la vida partidaria donde Horacio había establecido su norma basado en no sé qué canon y decía: "Son sólo dos camaradas a quienes respeto sobre todas las cosas: Alberto Moreno y mi doctorcito"…, hasta ahora tengo el libro de José Carlos Mariátegui con su dedicatoria. A los demás, también los respetaba a su manera.
Tantas otras, como la vez tal o la otra cual, en tal lugar o acontecimiento; a veces solo o con sus "habituales" no sé si llamarlos amigos o enemigos, a veces en reuniones o conferencias de prensa con botellas de agua mineral, de cristalino aroma a jugos de uva en alambique. Me detengo sólo en dos anécdotas que estoy seguro a Horacio no le molestaría leerlas: Una, cuando después de una prolongada gira de candidatura presidencial (1980) en una ciudad del norte, alguna compañera le alcanzó un vaso de leche al verlo visiblemente agitado y delgado, que Horacio rechazó con sus ajos y cebollas, señalando que él no era un niño de pecho; él deseaba otras cosas. O la vez que terminada dicha gira exitosa por el norte su acompañante personal que entonces era "Pocho" nos comunicó desde Trujillo que estaban por tomar el avión para estar ese día en el gran acto de Clausura de la Plenaria Nacional del UNIR y los significativos pasos de unidad en la perspectiva de Izquierda Unida.
El avión llegó temprano, por lo que les dije que los esperaba a las 7 p.m. en punto en la puerta del Coliseo Nacional, luego de llegar a casa un pequeño descanso y un buen baño. El viejo Volkswagen y sus acompañantes estaban en el lugar y horario establecido, pero la irresponsable "hora peruana" nos jugó la pasada más bochornosa de la campaña "dense unas cuantas vueltecitas hasta que la gente llene el local para que Horacio ingrese en hombros y olor a multitud". Ojo les dije "olor a multitud" y no a otra cosa. Es de imaginar la preocupación inicial y luego desesperación al no tener noticias ni de su regreso, pasados ya los minutos y hasta las horas, después de haberlo hecho buscar y sospechar de sus "amigos o enemigos".
Horacio era extraordinario en cualquier estado o circunstancias, porque ya pasado las nueve y media de la noche, en pleno acto de masas que rebalsaba el coliseo, la ansiosa multitud que quería verlo volteó sus miradas, sus cuerpos y hasta sus esperanzas hacia la puerta de entrada al sentir la atracción embriagante de su líder revolucionario que en hombros de la muchedumbre hacía su ingreso balanceándose de un lado a otro hasta llegar a un sillón del estrado donde casi cae y golpea a los dirigentes e ilustres invitados de aquella oportunidad: Mariam Kerell, Genaro Ledesma, Ángel Castro Lavarello, Gonzalo Fernández Gasco, Alfonso Barrantes Lingán y otros. Otro hubiera sido tal vez el discurso o arenga de no ser por algunas bebidas que le dimos para atenuar el momento, contemplado también por Víctor Manzur y Sánchez Vicente (súper ratón) que actuaban como animadores del acto.
Horacio siempre hacía delirar a las multitudes, como en la canchita de San Fernando, tras los informes de las heroicas huelgas del SUTEP, siempre burladas y reprimidas por la dictadura; como en la Plaza San Martín al cierre de campaña donde levantando un fusil (de palo) que le entregó Daniel Idrogo, dirigente de las Rondas Campesinas, repitió la consigna central del Partido. Y, esa noche fue igual, conforme lo graficó el fotógrafo y gran amigo, el chino Domínguez. ¿Cuál y cómo fue el contenido de su mensaje? No lo podemos negar, fue trascendente a su manera y estilo; y cómo respondió la multitud? De igual manera: trascendente y delirante.
Aquél día sábado, volvíamos en caravana por la carretera central, después de haber compartido en el AA.HH "Javier Heraud" y haber cumplido también con otros pueblos del distrito de Ate Vitarte, como en el AA.HH "César Vallejo", donde Horacio pese a su estado "delicado" se dirigió a sus colegas maestros integrantes del pueblo no invasor, sino recuperador heroicamente de esos terrenos para su vivienda, que interpretaron bien el mensaje "los maestros luchando, también están educando".
Después de todo ello, como a las siete y media de la noche, el viejo Volkswagen se paró al costado de la pista a la altura de Santa Anita y bajó Carlos Díaz (el chofer) para decirme que Horacio me llamaba un ratito, pensé que se referiría a su salud: - "Doctito tengo un compromiso que cumplir con un corito que es mi ahijadito y cumple años, solo para saludarlo y me retiro a descansar. - "No Horacio, estás bastante mal de salud y hemos convenido que debes ir a descansar, porque sabes que el lunes nos esperan en la clínica"
Mientras la caravana esperaba preocupada por la detención inesperada, se entabló un diálogo de argumentos y negativas hasta que el infortunio de mi aceptación parió una condición fatal. - "Bueno pues, que sea como tú dices, solo media horita y luego tu Carlos me llamas de la casa de Amanda para decir que ya llegaron".
Pobre Amanda, fiel compañera, maestra y esposa de un camarada……… que con tanto cariño lo habían albergado en su propia casa como a un hermano, con todas sus virtudes y defectos, me llamó ya demasiado tarde, no el sábado, no el domingo ni el lunes, recién el martes a la media noche.
"Dr, Horacio ha llegado hace un rato y está muy mal, lo veo agitado y no responde bien", le indique la medicación acostumbrada, pensando en su hospitalización programada. ¿Dónde habría estado, con quién o quiénes habría celebrado o llorado tristezas del hombre sobre este suelo?, nunca lo supimos jamás.
Fue un miércoles 07 de marzo de 1984, a las 9 a.m. Acabábamos de iniciar una reunión de emergencia en la Municipalidad de Lima, bajo la conducción de Alfonso Barrantes Lingán, Primer Alcalde Socialista de la capital del Perú.
Me habían llamado desde tempranas horas y yo ya estaba fuera de mi casa, cuando me ubicaron dejé la reunión y me fui a casa de Amanda: "Acaba de fallecer Dr.", me dijo llorando a mares. Mi llamada por teléfono directamente al Dr. Barrantes desde la casa de Amanda, convirtió la reunión de la municipalidad en preparatoria de los grandes funerales de Horacio Zeballos Gámez. Recuerdo mis propias palabras en ese instante "Demasiado tarde Dr. Barrantes, Horacio acaba de fallecer. Ya llamé a Alberto Moreno, a Rolando Breña y César Barrera, quienes coordinarán con usted todo lo demás".
"Inmediatamente va el gordo Skiapa (Jefe de Prensa) a encargarse de todo lo que es protocolo y comunicaciones" dijo el alcalde. Y así fue, grandiosa, popular y revolucionaria, la despedida de Horacio, en su local político, donde llegó Alan García y muchas personalidades y dirigentes del pueblo; en el Congreso de la República donde la presencia popular hizo que el féretro ingresara con la bandera del Partido Comunista del Perú – Patria Roja, en las calles las consignas y arengas del Partido y el pueblo, como el discurso emotivo en la puerta del Ministerio de Educación de la joven lideresa del SUTEP Soledad Lozano Costa; en todo el recorrido de la Panamericana Sur –que duró tres días- por los homenajes de sus colegas maestros, camaradas y su pueblo, en Villa el Salvador, Lurín, Cerro Azul, Cañete, Chincha, Ica y su Camaná querido, para luego ingresar en hombros a la Plaza de Armas de Arequipa donde al pie de la Catedral, Rolando Breña, les dijo: "Camaradas, entregamos la posta a su pueblo, para que carguen su cuerpo inerte y sus recuerdos, toda una vida".
Comparado tal vez con otro líder arequipeño Manuel Mostajo, el cariño interminable de los trabajadores del campo y la ciudad, delegaciones de los SUTEs de toda la región sur, intelectuales, alumnos, artistas, familiares, amigos y hasta adversarios, toda Arequipa y el Perú depositaba en el Cementerio local, el cuerpo de Horacio al oscurecer el quinto día, luego que el embalsamamiento técnico hecho en Lima lo había preparado para retenerlo si es posible toda una vida.
¡¡¡Cuándo un Revolucionario Muere, Nunca Muere!!! |
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