Cuba, faro mundial
Julio Herrera (Desde Montreal, Canadá. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Todas las horas de los pueblos que luchan por su liberación son fecundas porque en ellas se libra el combate por su destino.
Unas a otras se alternan en ellos las horas de angustia a las de coraje, las de dolor a las de alegría, las de incertidumbre a las de gloria, pero no existen en éllos las horas estériles como tales, porque para los pueblos aguerridos, como para las personas irreductibles, las adversidades son sólo estímulos para nuevas perspectivas, para nuevas formas de lucha.
Tal es la hora actual del pueblo cubano: de austeridad, de privaciones y de coraje está hecho su presente, ¡pero no de capitulación!
El espectáculo ejemplar de ese pueblo que desde hace más de medio siglo se rebela a renunciar a sus ideales socialistas, a su dignidad, a su soberanía y a su derecho de autonomía es lo único que hoy es digno de admiración y de respeto para todos aquellos que no han perdido el culto de la dignidad y del honor, y no aplauden como gloriosas las campañas difamatorias y las infames instigaciones mediáticas del imperialismo depredador.
En ésta época miserable de insondables tinieblas sociopolíticas, de renuncia universal a las épicas reivindicaciones socialistas, es en Cuba donde está la luz, la luz del ejemplo, vivaz y fecunda como el sol. Ese pueblo puesto de pié, que ratifica y no "rectifica" sus postulados sociales, y que hace un muro colectivo ante los huracanes de hostilidad que lo asedian, inspira forzosamente un sentimiento de admiración, de respeto y de asombro. Las oleadas implacables e incesantes del hostigamiento imperialista se han roto ante los arrecifes monolíticos de la resistencia popular.
Por eso lo asombroso no es que ésa isla gloriosa no haya sucumbido bajo el asedio infame del imperio capitalista, sino que ¡no se haya sumergido bajo el peso desmesurado de ese pueblo de colosos y de titanes de la resistencia!
¡Pueblos como el de Cuba consuelan la humanidad de todas las vergüenzas de sus ciclos de claudicación y de vilezas! Cuando la OEA, por orden de la Casa Blanca expulsó a Cuba de su seno, ¡se declaró pequeña para albergar en él tanta grandeza!
Por un designio generoso el destino puso al frente de aquella pequeña isla de Espartacos a un hombre superior al destino mismo, al mando de un grupo de rebeldes capaces de realizar el más vasto y noble de los destinos de la historia de la humanidad: el socialismo. Y la socialización del suelo cubano creó un pueblo donde antes había un campamento de desposeídos, de menesterosos, y proclamó como una realidad tangible lo que antes parecía una ilusión dormida en el corazón de la utopía.
¿Qué era el guajiro cubano antes de la revolución socialista?
Nada. Nadie. Solo un paria, un siervo, un ilota.
¿Y qué es hoy? Un hombre libre. Un ciudadano que ha roto sus viejos nexos con la esclavitud y la miseria impuesta por el imperio. La libertad es suya, y suya la tierra que lo alberga. Ya el sudor de su frente no enriquecerá al amo extranjero que lo explotaba. Ahora riega con ese sudor su propio predio que fructificará bajo su mano y fructificará para él. Hasta antes de la revolución el territorio de la isla no había pertenecido al pueblo cubano sino a una docena de latifundistas yanquis que explotaban sin control el suelo y el subsuelo de la nación donde miles de guajiros desposeídos vegetaban sin derecho a decir ¡ésta tierra es mía!
Es evidente que Cuba es hoy, como todo campo a la expectativa de encubiertas agresiones imperiales, un campo de inquietud y de zozobra, agravado por el infame bloqueo imperialista. Incluso dicen sus detractores y desertores apátridas que "es el caos." ¡Pero no hay que olvidar que -según el Génesis- del caos surgió el sol! Y es de ese ejemplo luminoso, de ese resplandor universal de héroes y heroínas que hoy las conciencias antiimperialistas de América latina y del mundo entero se inspiran en su lucha por la libertad,... pero por la libertad auténtica, que es la autonomía nacional, la libertad sin tutelajes foráneos ni el paternalismo fariseo y agiotista del imperialismo yankee.
Un pueblo provisto de ése temple, de ésa tenacidad, no es ya un pueblo: es una fortaleza. Y en contraste, un imperio mercantil que ha corrompido lo bastante a su sociedad para que nadie le pida cuentas de su infamia es un burdel de bajas pasiones defendido por sicarios y lacayos del despotismo y de la ambición hegemonista.
Tal vez mañana la violencia bélica y financiera yankee logrará hacer de Cuba una Palestina occidental, un Guantánamo desplegado en toda la isla, pero jamás logrará hacer de ella, como de Puerto Rico, un "estado libre asociado", es decir, feudalizado; jamás el apetito hegemonista yankee podrá devorar en el pueblo cubano el culto a la auténtica libertad, porque el destino de un pueblo consagrado a la libertad es el de vivir para ella o morir por ella. !Patria o muerte! es su divisa, es decir: ¡patria libre o muerte!
Por eso, es al contemplar ése espectáculo ejemplar, ése faro luminoso que es la revolución cubana, en ésta hora de tinieblas sociopolíticas mundiales, que aunque conteniendo un sollozo de admiración, se hace incontenible exclamar:
¡Qué faro...! ¡Qué estirpe...! ¡Qué pueblo...!