No es exagerado afirmar que la historia del terrorismo de Estado comienza con la agresión nuclear estadounidense al Japón. Si de armas de destrucción masiva se trata Estados Unidos se lleva las palmas sin competidor a la vista, y su bombardeo a dos poblaciones indefensas constituye, sin dudas, en el más grave y salvaje atentado terrorista de la historia de la humanidad. Lo anterior no obsta, sin embargo, para que sus sucesivos gobiernos se sientan con la autoridad moral como para acusar y condenar a muchos países –entre nosotros, Cuba y Venezuela- por "fomentar el terrorismo"; tampoco les plantea ningún dilema ético el hecho de dar abrigo dentro de sus fronteras a Luis Posada Carriles, terrorista probado y confeso y a muchos de sus compinches, mientras encierran en prisiones de máxima seguridad a los cinco héroes cubanos que luchaban contra el terrorismo y procuraban desbaratar sus siniestras maquinaciones.
La conmemoración realizada el día de hoy en Hiroshima contó con un ingrediente especial: ¡es la primera vez que un embajador de Estados Unidos participa en un evento de este tipo! ¡El criminal no da muestras de arrepentimiento y sí de soberbia y desprecio! Los representantes diplomáticos, funcionarios y autoridades estadounidenses tradicionalmente evitaron participar de la misma por temor a que su presencia pudiera re-encender el debate sobre el pedido de disculpas que Washington debería hacer por su monstruoso crimen, cosa que Estados Unidos jamás hizo. Tampoco lo hizo con Vietnam, país cuyo territorio fue arrasado tras once años de bombardeos que costaron unos 3.000.000 de víctimas, en su inmensa mayoría civiles. Y tampoco lo hizo por minar los puertos de la Nicaragua sandinista en la década de los ochenta, o por el medio siglo de agresiones y sabotajes, con sus secuelas de muertos y heridos, descargado sobre Cuba. El imperialismo es así, y es inútil esperar que cambie.
Para justificar su brutal agresión Washington dice que el bombardeo atómico ahorró miles de vidas de soldados estadounidenses y japoneses que habrían muerto durante la inevitable invasión a Japón. Sin embargo, son muchos los que, mismo en Estados Unidos, argumentan que el haber arrojado la bomba atómica en alguna isla desierta del Pacífico habría surtido el mismo efecto disuasorio sobre el alto mando japonés y que, por lo tanto, decidir arrojarlas sobre Hiroshima y Nagasaki fue un acto de inhumana y gratuita crueldad. Durante la ceremonia del día de hoy algunos manifestantes reclamaron que Estados Unidos pidiese perdón al Japón y retirara sus bases militares en Japón, reclamo al cual Washington presta oídos sordos. Conviene recordar una sentencia de Albert Einstein en relación con los peligros de una nueva conflagración nuclear: "Si la tercera Guerra Mundial se hace a golpes de bombas atómicas, los ejércitos de la Cuarta Guerra Mundial combatirán con mazos".
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